lunes, 26 de agosto de 2013

Corre y quiérela de nuevo.

De mi no has aprendido nada. No puedes decir que has aprendido a querer, al fin y al cabo, tú no sabes lo que es eso. No has descubierto que el hielo quema, ni que las sonrisas matan. Yo no he sido la primera en enseñarte esas pequeñas cosas. Ya sabías que habían más personas como yo, en las que el Rock no ha muerto, personas cuyo sonido favorito es el de pasar las hojas de un libro sentada frente al mar y que tienen las sonrisas como mejor moneda de cambio.

Tampoco has aprendido que los gatos trepan a los tejados, que arañan, que amenazan con colarse en tus entrañas o a través de tu ventana, pero que sin embargo pueden calentar, darle a tu cuerpo más calor que el humo de tu cigarro. Conmigo ni siquiera has aprendido a esperar. La paciencia no ha sido tu virtud, ni la mía enseñarte a tenerla. Ni siquiera has sabido guardar los besos en los portales, ni el verdadero significado de un abrazo, ni tampoco has aprendido a esconder nuestra vergüenza detrás de una cerveza de tregua. Ni siquiera sé si tus piernas perdieron alguna vez el control a mi lado, y supongo que ya nunca lo sabré.

¿Has aprendido al menos conmigo que las horas pasan lentas cuando se espera? ¿Que a veces las pequeñas mentiras dan las mejores historias? ¿Has aprendido que un rayo puede estropearte un fantástico día? ¿O que una persona al cruzarse en tu camino puede desmontarte todas tus teorías hasta hacerte dudar de si dos más dos suman cuatro? ¿Has aprendido algo de las sombras del pasado? ¿Has aprendido a abandonar los mejores vicios?

De mi, probablemente, no hayas aprendido al final nada que no supieses. Ni de música, ni de libros, ni de arte, ni sobre la vida. Nada sobre nuestra ciudad y las guaridas que Sevilla esconde.  No has aprendido de mi a ser menos cobarde, "a comerte los huevos", ni a mirar a los ojos, a enfrentarte a tus decisiones, a cumplir tu palabra. No has aprendido a bailar al descompás, ni a nadar a contracorriente, ni a arriesgar y perder, pudiendo ganar.



Sin embargo, cuando mañana llueva y sepas que lo que quieres hacer es abrir las ventanas, oler el aroma a tierra mojada, comer palomitas y acurrucarte en el sofá esperando a que alguien llame a tu puerta y se siente contigo a darte calor solo hazte esta pregunta: ¿Quién te enseñó a amar la lluvia de verano?

Ahora, ve corriendo y quiérela mucho, de nuevo. Lo mismo que la querías cuando me conociste, un poco más de lo que la quisiste cuando colisionaron nuestros labios.

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